¿Sabías que tengo un doctorado en Pedagogía? Pues te cuento que no me sirvió de mucho para educar a mis hijos.
Como para casi todo en la vida, he aprendido a ensayo y error.
A veces no sirve de nada que alguien te diga cómo tienes que hacerlo, porque tú eres tú y tu circunstancia, y tu familia también.
Y digo familia, y no sólo hijos e hijas, porque es la familia entera la que educa, no sólo tú como madre.
¿Esto que te digo te alivia o te preocupa?
A mí me alivia porque ya, por fin, a mis 50 años, no me siento responsable de lo malo que les pasa a mis hijos, ni me tiro flores por lo majos que son.
Pero esto no fue así siempre.
He fluctuado del orgullo a la culpa en la educación de mis hijos toda la vida.
Hoy ya sé que cada uno tiene su propio viaje, y en mi viaje como madre he aprendido que hay tres cosas importantísimas que han influido en la relación con mis hijos desde pequeñitos, a saber:
- Salud mental: cómo mi linaje (y el del padre) ha aprendido a gestionar sus emociones
- Coherencia: los niños y niñas son muy listos y ven cosas que no vemos. Si lo que piensas, dices y sientes no es lo mismo…ya vamos mal
- Conversación reflexiva: no importa la edad que tengan. Las palabras crean pensamiento y al revés. Aprender a hablar de las emociones es fundamental.
Y hay otra cosa que va transversal a todo esto, y es el vínculo…pero esto es la piedra angular de toda educación, así que lo dejamos para otro día.
¡¡Ánimo!!, si no has tenido un buen vínculo con tus progenitores, o no lo has creado con tus hij@s de pequeñitos, todavía estás a tiempo de lograrlo. Pregúntame como.